El justo vivirá por la Fé


“Más el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retrocedemos para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hebreos 10.38,39).
Con estas palabras el autor pone en claro que la única manera en que el hijo de Dios puede vivir es “por fe”. Y como él lo ha indicado anteriormente en el mismo libro, esta es una fe que consiste en sujetar la propia voluntad en obediencia a Dios; y esta es una fe que continúa firme hasta el fin. (Heb. 2.1-3; 3.6-19; 4.1,2,11; 5.9; 6.1-22; 10.23-31).-
El contexto de este pasaje es muy útil porque va más allá de ser sólo un principio establecido, y nos da ilustraciones de lo que es vivir por fe. “Tienes que vivir por fe. Y si no sabes de qué se trata, medita en las vidas de estos grandes ejemplos del Antiguo Testamento.” Estos testimonios son dados extensamente en el capítulo 11 de Hebreos.
En primer lugar encontramos que hay mucho detalle en vivir por fe.
Una de las tentaciones que los cristianos confrontan en su relación con otros es la tendencia a estandarizar la vida cristiana. Aquí no los referimos a los pasos que una persona tiene que tomar para hacerse cristiana. Estos pasos, por supuesto, son iguales para todas las personas. De lo que estamos hablando es de las varias maneras en que los hijos de Dios  han  de  servir  a  su Padre celestial. Parece que para muchos hermanos de las iglesias existe sólo un “paquetito” de cosas que hacer, el cual todos tienen que aceptar, con instrucciones de los pasos a seguir: uno, dos, tres, etc..
Generalmente la clase de vida que se exige en el “paquetito” de cosas qué hacer va de acuerdo a lo que esté de moda entre las iglesias. El resultado de esta estandarización es la presión, la competencia, y en muchos casos, el desánimo y la frustración.
El elemento liberador consiste en que aunque todos los personajes mencionados vivieron por fe (Heb. 11), ninguno de ellos duplicó la acción de otros. Por fe Abel ofreció… Noé construyó… Abraham salió… José habló de un éxodo… Josué marchó… Rahab recibió a los espías. La fe en Dios guió al individuo a obrar por Dios en la manera específica que él lo mandó. De manera que aunque Noé no viajó de Ur a Canaán y aunque Abraham no construyó un arca, ambos vivieron por fe en Dios.
En nuestro entusiasmo por hacer planes, proyectos y métodos (y no estamos descontando la necesidad del entusiasmo) recordemos que la entrega a un plan de evangelismo o misiones no debe ser confundido con mi entrega a la Gran Comisión de Cristo. Es posible que otras personas no estén de acuerdo con nosotros en tales asuntos, y sin embargo, ellos pueden vivir una vida de fe. Vivir por fe no consiste en tratar de hacer copias de carbón de la vida de un cristiano en particular. Más bien consiste en el deseo continuo de responder a los mandatos de Dios, según estos apliquen a mi vida, de acuerdo a los talentos que yo tengo a su servicio.
En segundo lugar, una vida de fe implica un conjunto interminable de detalles concernientes a la vida diaria.
A veces escuchamos cierta enseñanza en la iglesia que da la impresión que aboga por una fe que parece el estallido de los motores jet de un avión. Se dice que si la persona tiene fe realmente, nunca dejará de hablar de ésta en excitantes términos de victoria.
De nuevo, creemos que es importante el estallido de los motores de un jet. Sin embargo es conveniente considerar lo que va de por medio. Considérese el caso de Noé. Dios le previno del diluvio de le prometió que él sería salvo. Y es cierto, Noé y su familia fueron salvados del diluvio. ¡Esto es emocionante! Claro, pero desde que la palabra de prevención vino a Noé hasta el día en que el arca se posó sobre el monte Ararat, transcurrieron un buen número de días (quizá unos ciento veinte años). Fueron los días en los cuales Noé construyó el arca. Esta operación requería trabajo diario, duro y ordinario. No creemos que si Noé viviera en nuestra propia época, él fuera considerado un ejemplo del auténtico “hombre de fe”, dinámico y efervescente.
O si no, considérese el caso de Abraham. Recibió la palabra que le señaló que abandonara Ur y que se trasladara a vivir a Canaán, la tierra prometida. Pero Dios no le concedió una alfombra mágica como un servicio rápido de transportación. En vez de eso Abraham tenía por delante cientos de kilómetros que recorrer como nómada, poniendo y quitando tiendas de alojamiento dondequiera que iba. Vivir por fe demanda esa clase de experiencia. (Nota: El factor tiempo en la prueba de la fe de Abraham también se nota en la espera del nacimiento de Isaac. Cuando Isaac nació, Abraham tenía ya cien años de edad. Había esperado 25 años para el cumplimiento de la promesa.) La fe comienza con una iluminación que se basa en la palabra de Dios y que es seguida por largos días de fidelidad en puros detalles ordinarios.
Al juntar la variedad y lo ordinario por un momento, es muy fácil intentar clasificar la fe de otros. Observamos a un hombre que renuncia a un trabajo bien pagado y se prepara para ser un predicador o misionero. Nos quedamos impresionados y decimos: “¡qué fe!” Es verdad, pero a la luz del capítulo once de Hebreos también debemos considerar al cristiano ordinario que vive dando un buen testimonio de su fe, aunque habite en un pueblo de no mucha importancia. Si fallamos en ver esto, perdemos parte del mensaje de las Escrituras sobre la fe verdadera.
En tercer lugar, la fe significa que estamos dispuestos a poner nuestras vidas en las manos de Dios.
Tengo un amigo que usualmente me pedía que le acompañara en su automóvil. Cuando él me pedía esto, siempre evitaba subirme a su vehículo. ¿Cuál era la razón? Mi idea era que él no sabía manejar bien. Su manera de manejar me convenció de que yo no quería arriesgar mi vida en su carro. Hay una diferencia entre una fe de tipo intelectual y aquella fe que lo mueve a uno a actuar con seriedad.
En el capítulo 11 de Hebreos, al igual que en el resto de la Biblia, “por fe” significa una vida de completa entrega a Dios.
Leemos de los personajes que pusieron sus vidas en las manos de Dios. Entraron en su servicio sin ninguna reserva. Expresaron su fe por una completa obediencia a su voluntad. O para decirlo de una manera diferente, su confianza en Dios se manifestó en participar del plan divino. De manera que vemos que Noé, “por fe” construyó el arca, y Abraham “por fe” salió de su tierra sin saber a donde iba.
Sin la participación es excluida de la fe, la fe que nos queda es una fe académica. Por supuesto, la fe posee un contenido intelectual. Hebreos 11.3 hace esto claro. Pero hay muchas personas que piensan muy claramente acerca de varios conceptos, pero no hacen nada en cuanto a los mismos. Su fe no es más que fe en su propia capacidad intelectual, —algo que difícilmente es una fe salvadora. La fe tiene un contenido emocional también. Pero hay muchas personas que son movidas hasta derramar lágrimas, pero nunca son movidas a la acción. En tal caso, la fe termina siendo un mero sentimentalismo.
La fe bíblica junta la mente, el corazón, la voluntad y el cuerpo para constituir un sacrificio vivo para Dios.
En cuarto lugar, la fe por la que los cristianos viven es una fe en Dios.
No parece necesario indicar que se espera que cada cristiano tenga fe en Dios. Sin embargo tal no es el caso. Bajo la influencia de la teoría de auto motivación, el pensamiento positivo y los métodos para el éxito, muchos individuos han llegado a confundir la fe en sí mismos por la fe en Dios.
El Dios en el cual creemos no se descubre por buscar y encontrar “la chispa divina que hay en cada hombre”. El está fuera de nosotros, y es solamente cuando escucharnos la palabra que viene de él, que podemos entrar en una fe de acuerdo al sentido bíblico. El versículo que nos indica “la fe viene por el oír la palabra de Dios” (Rom. 10.17) debe permitir que nos demos cuenta que a menos que tengamos el mandato de Dios revelado en su palabra, no hay posibilidad de que podamos creer en Dios, mucho menos vivir por fe. Dios es el objeto de nuestra confianza, y sólo él puede dar la palabra por la cual puede venir nuestra fe. La fe no es un descubrimiento humano. Es como cualquier otra bendición. Es un don de Dios.
Dios habla y nos invita a confiar en él. Pero vivir por fe no es el encuentro que ocurre sólo una vez en la vida, después del cual uno es sellado para vida eterna. Vivir por fe significa crecer en una obediencia entregada a Dios. También es, como Hebreos lo advierte, una relación que puede ser trastornada por la incredulidad. Resolvamos nosotros a continuar una vida activa y obediente, que se ajuste a la fidelidad misma de Dios.
—Elmer Prout,  La Voz Eterna.